viernes, 25 de febrero de 2011

Economía mundial explicada con 2 vacas

¿Hacen unas risas?

Socialismo:
Tú tienes 2 vacas.
El Estado te obliga a darle una a tu vecino.

Comunismo:
Tú tienes 2 vacas.
El Estado se las queda y te da leche.

Fascismo:
Tú tienes 2 vacas.
El Estado te las quita y te vende la leche.

Nazismo:
Tú tienes 2 vacas.
El Estado te las quita y te dispara un tiro en la cabeza.

Burocratismo:
Tú tienes 2 vacas.
El Estado pierde una, ordeña la otra y luego derrama la leche por el suelo.

Capitalismo tradicional:
Tú tienes 2 vacas.
Vendes una y compras un toro.
Haces más vacas.
Vendes las vacas y sacas dinero.

Capitalismo moderno:
Tú tienes 2 vacas.
Vendes 3 de tus vacas a tu empresa que cotiza en bolsa mediante letras de crédito abiertas por tu cuñado en el banco.
Después ejecutas un intercambio de participación de deuda con una oferta general asociada, con lo que ya tienes 4 vacas de vuelta, con exención de impuestos por 5 vacas.
La leche que hacen tus 6 vacas es transferida mediante intermediario a una empresa con sede en las Islas Cayman que vuelve a vender los derechos de las 7 vacas a tu compañía. El informe anual afirma que tú tienes 8 vacas con opción a una más.
Coges las 9 vacas y las cortas a trocitos. Luego vendes a la gente tus 10 vacas a trocitos.
Curiosamente, durante todo el proceso nadie parece haberse dado cuenta de que, en realidad, tú sólo tienes 2 vacas.

Economía japonesa:
Tú tienes 2 vacas.
Las rediseñas a escala 1:10 y que te produzcan el doble de leche. Pero no te haces rico.
Luego filmas todo el proceso en dibujos animados. Lo llamas "Vakimon" e incomprensiblemente te vuelves millonario.

Economía alemana:
Tú tienes 2 vacas.
Mediante un proceso de reingeniería consigues que vivan 100 años, coman una vez al mes y se ordeñen solas.
Nadie cree que eso tenga ningún mérito.

Economía rusa:
Tú tienes 2 vacas.
Cuentas, y tienes 5 vacas.
Vuelves a contar, y te salen 257 vacas.
Vuelves a contar, y te salen 3 vacas.
Dejas de contar vacas y abres otra botella de vodka.

Economía china:
Tú tienes 2 vacas.
Tienes a 300 individuos ordeñándolas.
Explicas al mundo tu increíble ratio de productividad lechera.
Disparas a un periodista que se dispone a contar la verdad.

Economía iraquiana:
Tú no tienes vacas.
Nadie cree que tú no tengas vacas, te bombardean y te invaden el país.
Tú sigues sin tener vacas.

Economía suiza:
Hay 5.000.000.000 de vacas. Es obvio que tienen dueño pero parece ser que nadie sabe quién es.

Economía francesa:
Tú tienes 2 vacas.
Entonces te declaras en huelga, organizas una revuelta violenta y cortas todas las carreteras del país, porque tú lo que quieres son 3 vacas.

Economía neozelandesa:
Tú tienes 2 vacas.
La de la izquierda te parece cada día más atractiva.

Economía española:
Tú tienes 2 vacas pero no tienes ni idea de dónde están.
Pero como ya es viernes, bajas a desayunar al bar que tienen el Marca.
Si acaso, ya te pondrás a buscarlas el miércoles, después del puente de San José.

Economía catalana:
Tú tienes 2 vacas y el Estado se encarga de repartir tal riqueza entre las autonomías más pobres. Por eso, al final el Estado te da un cartón de leche del DIA y sin protestar, no seas insolidario, hombre.
Mientras, las autonomías pobres se comen las vacas a la brasa y luego protestan porque no tienen leche y necesitan tener más vacas.
Y es que los catalanes lo quieren todo para ellos.

Me lo han enviado hoy a mi correo. No sé quién lo ha escrito pero me he reído un rato.

viernes, 18 de febrero de 2011

Mi primera vez

Tenía doce años. Él, once. Él jugaba a fútbol en el patio del colegio con su mejor amigo. Yo, sentada en un pequeño banco de piedra, con mi libro de historia, repasando para el examen. Todavía recuerdo qué estudiaba: el Renacimiento. Y el dibujo de finas ondas celestes y blancas en la delgada diadema de plástico que sujetaba mi pelo. También recuerdo la pose en la que estaba sentada cuando la pelota llegó a mis pies: mis codos se apoyaban en mis muslos, donde también reposaba el libro, y mis manos sujetaban mis mejillas. Él se acercó a buscarla, yo dejé de leer y levanté la vista. Nos miramos y sonrió. Desde entonces las miradas y las sonrisas fueron continuas. Y el juego, a ver quién aguantaba más rato la mirada. Siempre ganaba él. Es la primera vez que me fijé en un chico. La primera vez que un chico me pareció atractivo. No era el típico guapo pero a mí me gustaba.

Le conté lo que ocurría a mi mejor amiga. Gran error. Mi mejor amiga también se había fijado en él pero yo no lo supe hasta años más tarde. Un día la pelota volvió a llegar a mis pies y la chuté suavemente. Mi amiga me dijo: "qué fuerte, te ha llamado gilipollas". "No puede ser" -le contesté. No me lo podía creer. Él que siempre me miraba dulcemente, ¿cómo podría haberme insultado así sólo por haber chutado su pelota sin maldad?. "Que sí, que sí" - mi amiga insistía. "¿Y te vas a quedar ahí sentada sin hacer nada?". "¿Y qué voy a hacer?". "Pues te acercas a él y le contestas: oye, de gili nada y de polla aún menos". Creí en ella. Así que, resignada y poco convencida, seguí su consejo al pie de la letra.

Mi amiga sólo quería romper esos momentos que tantos celos le producían. Y su estrategia le funcionó. Desde entonces, el juego de miradas y sonrisas se acabó. Cada vez que él me miraba, yo le apartaba la vista con muestras claras de desprecio en mi rostro. Vaya chiquillada típica de esa edad. Nunca llegamos a decirnos nada y nunca más le he vuelto a ver o a saber de él.

Hoy me he acordado de ello porque a mi hijo, de once años, se le ha acercado la belleza del colegio. Es un año mayor que él pero, al verla pasar, he sabido que hasta los niñitos de ocho años suspiran por ella. Se ha acercado a él y le ha dicho que le encantan sus ojos. "Mamá, es que las niñas de sexto no se cortan un pelo". "Ya lo veo, hijo". Él dice que no le gusta pero sonríe satisfecho de haber captado su atención. La historia se repite pero los papeles cambian. Ahora ellas toman la iniciativa cuando conviene. ¿Es que ya no existe la timidez, los reparos o el miedo a no ser correspondido? Once años. La que nos espera ...

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domingo, 13 de febrero de 2011

Fin de semana en Madrid

Nunca había estado en Madrid. Y hace unos pocos años llegué a la capital del reino con ilusión de visitar un lugar nuevo pero también, debo admitirlo, con cierto recelo. ¿Qué hay de verdad, a pie de calle, en todas esas tensiones Cataluña-Madrid que nos transmiten desde los medios de comunicación? A juzgar por mi experiencia de fin de semana largo, nada. Allá donde íbamos nos atendían gustosamente y sin problemas. Y eso que todos notan que somos catalanes. Por el acento. Tú te plantas allí orgulloso de tu bilingüismo y de tu impecable castellano pero algo hay en nuestro acento que nos delata. Entré en una tienda de chucherías de la estación de metro de Plaza Castilla. "¿Dónde estarán las pinzas y las bolsas ...?" susurré en voz baja. Pero el dependiente me oyó. No sólo eso, también me caló. "Allí al fondo ... a la dreta" me contesta. Su sonrisa de complicidad, la de alguien satisfecho de haber descubierto la procedencia de su cliente. La de alguien que se alegra de dar un buen servicio a quines entran en su tienda, vengan de donde vengan.

Una visita al Reina Sofía, otra visita al Thyssen-Bornemisza, un paseo por el Parque del Retiro, los restaurantes y los barrios que no podíamos perdernos ... Pero lo que más me impresionó, como siempre, lo que menos me esperaba. Fuimos a ver "Hoy no me puedo levantar", el musical de Mecano, en el pequeño teatro Movistar de la Gran Vía madrileña. Me pareció espectacular la puesta en escena de unos artistas polifacéticos, que cantaban, bailaban y actuaban de forma sobresaliente. Una orquesta de músicos brillante y el apoyo imprescindible de quienes trabajan en la sombra, sin que por ello su trabajo pase desapercibido: vestuario, iluminación, sonido ... Las letras de las canciones de Mecano, ya de por sí incapaces de dejar a nadie indiferente, enlazadas entre ellas al hilo de una historia emotiva, que tanto nos arrancaba sonrisas como alguna lagrimilla. La música nos iba animando a todos. Algunos se lanzaban a acompañar tímidamente a quienes cantaban. Poco a poco el ambiente nos impregnaba de ganas de cantar y de bailar. Hasta que los actores, con sus gestos, nos animaron a hacerlo. El éxtasis llegó con la canción "Un año más". Madrid en pie gritando "En la Puerta del Sol, como el año que fue, otra vez el champán y las uvas y el alquitrán, de alfombra están ...". Ese momento resultó especialmente emotivo para mí. Allí, rodeada de gente que habla diferente a mí, que vive en un lugar diferente al mío, que camina por unas calles diferentes a las que yo piso cada día ... Allí, en ese momento, dejé de sentirme diferente. Me sentí rodeada de gente de mi edad, gente como yo. Personas, sin más. Personas que disfrutaron en su día de las canciones de Mecano tanto como yo. Y todos nosotros, juntos, haciendo temblar el suelo del teatro Movistar y gritando algo tan verdadero y tan simple ... "entre gritos y pitos los españolitos, enormes, bajitos, hacemos por una vez algo a la vez". Fue estremecedor. Me alegro de haber visto el espectáculo, me alegro de haberlo vivido en Madrid y me alegro de que esa vivencia forme parte de los buenos recuerdos que van llenando mi mochila viajera.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Al meu germà

El cel, el meu cel,
quin univers de vida!
M'aclapara i em fascina.

Si plou i es vesteix de gris,
escampa ombres de tristesa,
però si es blau i llis,
em relaxa i m'il.lumina,
el cel, em dona vida.

I quan és de nit,
quina meravella!
em deleita amb una sola estrella.

I amunt el tinc,
canviant i compartit,
però el cel, el meu cel,
allà està, sempre està ...
com el meu germà.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Entre lobos

Basada en el libro que recomendé hace unos días (He jugat amb els llops), se ha estrenado la película Entre Lobos. También la recomiendo, aunque nadie espere ver el libro trasladado a la pantalla. En todo caso, se ha elaborado un guión cinematográfico basado en el libro, al que se le ha añadido una trama de bandoleros que no aparece en la historia original. Es lógico. Para que la película tenga gancho, algo más tenían que pensar porque muchas de las cosas que se narran en el libro son materialmente imposibles de trasladar a la pantalla.

Así que el trasfondo es el mismo: la historia de un niño que vivió solo en las montañas durante mucho tiempo. Pero los matices y los detalles son distintos. Aunque insisto: recomiendo tanto el libro como la película (además, por ese orden). Hay algunos momentos de intensa emotividad y vale la pena ver el papelazo del niño que interpreta a Marcos. Lo hace muy bien. También merece la pena ver a Juan José Ballesta encarnando al niño cuando ya se hace mayor. Su aparición es tardía y de menos duración pero alegra la vista de cualquier mujer. Superatractivo, incluso desaliñado, con la barba y el pelo largo y sucio y vestido con pieles de animales. Suerte tuvo de toparse con lobos salvajes y no conmigo hace veinte años, porque entonces sí que hubiera acabado devorado :-) !!

sábado, 27 de noviembre de 2010

La sastrería Galera












Hace muchos años, en las entrañas de la gran ciudad de Barcelona, se llenaba cada día de vida y de actividad una modesta calle comercial llamada Cruz Cubierta. La calle era un constante ir y venir de gente del barrio, gente que se conocía de toda la vida y que acostumbraba a comprar en sus tiendas.

Recuerdo la pastelería Abril, que todavía existe, con tres exquisiteces que han deleitado a mi paladar durante años. Una eran los melindros que mi abuela nos compraba a menudo. No he probado en mi vida unos melindros tan buenos como los que hacen allí. Del mismo tipo de masa también hacen una coca rellena de crema, adornada con piñones, azúcar y cerezas confitadas. Es la que comprábamos siempre por San Juan, para celebrar el santo de mi abuelo. Y la tercera delicia era la sara, el pastel de mantequilla y almendras con el que celebrábamos mis aniversarios.

Recuerdo la tienda de pollitos. Una tienda en la que nunca supe exactamente qué se vendía (tal vez los pollitos, simplemente). Se entraba por una pequeña puerta que tenía a ambos lados unos escaparates completamente austeros en su decoración, con los suelos repletos de pollitos amarillos, vivos y amontonados.

También estaba la tienda de los jamones, una charcutería en la que vendían embutidos. Siempre que pasábamos por delante nos invadía el aroma penetrante de sus jamones ibéricos de bellota.

Y en la esquina con la calle Callao, allí estaba ella: la sastrería Galera. Con su luminoso rótulo amarillo en la entrada, era una de las tiendas más conocidas del barrio de Hostafranchs. Al entrar, dos grandes mesas a modo de mostradores y tres sillas de madera a mano izquierda, con el forro de piel granate, daban la bienvenida a todo aquél que quisiera entrar, ya fuera para hacerse un traje a medida, comprarse un pantalón o simplemente saludar. Porque los vecinos se comportaban así. Entraban, saludaban, conversaban. Y tal vez ese día no compraban nada pero no dejaban por ello de entrar e intercambiar unas palabras con mi abuelo y mi tío.

Sentada en una de las sillas, me entretenía contemplar a mi abuelo en escena tomando medidas a los clientes. Todo un espectáculo digno de ver. Con su cinta de medir ahora por aquí, ahora por allá ... ahora me la cuelgo alrededor del cuello y le hago poner los brazos en cruz al cliente ... Y de repente una mirada de reojo a su nieta, con una sonrisa que parecía preguntarme en silencio "¿Qué? ¿Qué te parece?". Yo correspondía con otra sonrisa de complicidad, contestando sin palabras "Bien. Es divertido".

Detrás de los mostradores estaban las estanterías con todas las telas con las que uno podía confeccionarse el traje. Y al fondo, unas escaleras de madera conducían al piso de arriba, donde había más ropa, otro mostrador y las máquinas de coser. Allí no subían los clientes, era una zona de trabajo. Allí subía yo, me sentaba ante las máquinas de coser y figuraba que estaba trabajando de cosedora, dándole al pedal negro de debajo de la mesa. Cuando me cansaba volvía al piso de abajo y me ponía detrás de la mesa-mostrador más pequeña que había en un rincón, con la caja registradora. Debajo de la mesa había una estantería en la que mi abuelo tenía los sugus, esos caramelos blanditos de colores variados. Se los ofrecía a los niños que entraban en la tienda y los guardaba en una caja de calcetines reciclada en tesoro de cualquier niña de mi edad.

Hoy la sastrería Galera se ha reconvertido en una tienda de Moda Hombre y la regenta mi tío. Es una tienda preciosa: moderna, limpia y luminosa. Pero muy distinta a la que había años atrás. Como distintos son los clientes y su modo de interactuar con los dependientes. Entran, miran, tocan ... A veces ni saludan. Y si no hay nada que les interese, se van. No es nada extraño, es lo que hacemos todos en cualquier tienda de ropa en la que entramos. Lo que resulta chocante es que esto ahora pase en la tienda de mi abuelo, una tienda en la que años atrás eso sí que hubiera resultado extraño. O más bien impensable.

También son distintas las prendas que se venden. Ya nada se hace a medida. Todo es confección de marca para un público más joven. "Es que los clientes de toda la vida se han ido muriendo" me cuenta mi primo, que también trabaja allí. Es cierto, unos vienen y otros se van. Y los que vienen son más, y más jóvenes, de mil lugares diferentes y desconocidos. Y así he visto cambiar los paisajes y las gentes de Cruz Cubierta. Los escaparates, las tiendas y los tipos de negocio. "Renovarse o morir", como diría cualquier ejecutivo de marketing. Y la opción de renovarse es positiva, porque significa que aún estamos aquí. Pero arrastra consigo la gran nostalgia de quienes han vivido el ayer y el hoy de esta calle.

¡¡Diez de la mañana, persianas arriba!! ¡Pasen, señores! ¡Pasen y vean!. Les invito a entrar, pasear y perderse por la bulliciosa calle Creu Coberta que, aunque diferente de la de antaño, sigue ofreciendo a sus visitantes miles de colores, sabores y texturas para su deleite. ¡¡¡Y no dejen de visitar la tienda de Moda Hombre Galera que, aunque no disponga de sugus para sus hijos, sí les ofrecerá buen producto y buen servicio a los padres!!!

jueves, 18 de noviembre de 2010

He jugat amb els llops

He jugado con los lobos. Es un libro que me acabo de leer y que me gustaría recomendar. La historia ya me conmovió cuando la escuché por primera vez, porque es una historia real, que ocurrió en algún lugar de Sierra Morena en la época de la posguerra.

Marcos era un niño de seis años maltratado por su madrastra y al que su padre acabó vendiendo al propietario de unas cabras. Su nuevo "dueño" le asignó el cuidado permanente del rebaño. Así que Marcos creció y vivió desde los seis hasta los diecinueve años en las montañas. Solo y aislado, cuidando de un rebaño de cabras. Nunca nadie le trajo comida, ni agua, ni ropa. Al principio convivió con un viejo pastor que le enseñó lo básico para sobrevivir en esas condiciones y, una vez creyó que ya lo había aprendido, el pastor desapareció sin dar más explicaciones.

Marcos pasó miedo. Comía hierbas, conejos y peces y bebía la leche de las cabras. Se hizo amigo de los animales y él asegura (la historia la narra él mismo en primera persona) que le llegaron a proteger en muchas ocasiones. Era la manera que ellos tenían de agradecerle el cariño y el alimento que les daba. Convivió con una culebra que lo acompañaba a todas partes. Con zorros, pájaros, ratas y búhos. Y con lobos, llegando incluso a jugar con sus cachorros.

Es una historia triste y contiene muchas frases contundentes que dan qué pensar. Como que uno realmente no sabe qué es más salvaje, si vivir en la montaña con los animales o vivir en la jungla del asfalto. La gente de la ciudad tenía miedo del "hombre salvaje de las montañas". Pero Marcos tenía miedo de las personas. Gritaban, mentían y maltrataban a los animales. Y todo eso le causaba mucha ansiedad. Marcos nunca entendió por qué nadie tuvo con él un gesto de cariño, cuando los animales matarían para proteger a sus crías.

Actualmente Marcos tiene unos sesenta y cinco años y vive en Galicia, con unas personas que le adoptaron al cabo de un tiempo de que la Guardia Civil lo rescatara de las montañas y lo llevara a la ciudad.

Dice Marcos que hay mucha gente que no se cree su historia, las cosas que cuenta sobre la relación y la comunicación que tuvo con los animales. Y dice el autor que quizás lo importante no es lo que sucedió en realidad sino cómo creyó él que sucedía. Cómo lo vivió. Porque tal vez fue su imaginación la que le salvó y le permitió sobrevivir tantos años de aquella manera.

El libro me ha enganchado de principio a fin (cosa que me cuesta mucho), por la intensidad constante en la narración. Se lee fácil y rápido y es de muy buena comprensión, a pesar de que no sé si me lo he leído en un catalán que tenía muchas palabras en mallorquín o es que está escrito propiamente en mallorquín. El autor es Gabriel Janer Manila y el libro obtuvo el Premi Joaquim Ruyra de Narrativa en 2009.