Tenía doce años. Él, once. Él jugaba a fútbol en el patio del colegio con su mejor amigo. Yo, sentada en un pequeño banco de piedra, con mi libro de historia, repasando para el examen. Todavía recuerdo qué estudiaba: el Renacimiento. Y el dibujo de finas ondas celestes y blancas en la delgada diadema de plástico que sujetaba mi pelo. También recuerdo la pose en la que estaba sentada cuando la pelota llegó a mis pies: mis codos se apoyaban en mis muslos, donde también reposaba el libro, y mis manos sujetaban mis mejillas. Él se acercó a buscarla, yo dejé de leer y levanté la vista. Nos miramos y sonrió. Desde entonces las miradas y las sonrisas fueron continuas. Y el juego, a ver quién aguantaba más rato la mirada. Siempre ganaba él. Es la primera vez que me fijé en un chico. La primera vez que un chico me pareció atractivo. No era el típico guapo pero a mí me gustaba.
Le conté lo que ocurría a mi mejor amiga. Gran error. Mi mejor amiga también se había fijado en él pero yo no lo supe hasta años más tarde. Un día la pelota volvió a llegar a mis pies y la chuté suavemente. Mi amiga me dijo: "qué fuerte, te ha llamado gilipollas". "No puede ser" -le contesté. No me lo podía creer. Él que siempre me miraba dulcemente, ¿cómo podría haberme insultado así sólo por haber chutado su pelota sin maldad?. "Que sí, que sí" - mi amiga insistía. "¿Y te vas a quedar ahí sentada sin hacer nada?". "¿Y qué voy a hacer?". "Pues te acercas a él y le contestas: oye, de gili nada y de polla aún menos". Creí en ella. Así que, resignada y poco convencida, seguí su consejo al pie de la letra.
Mi amiga sólo quería romper esos momentos que tantos celos le producían. Y su estrategia le funcionó. Desde entonces, el juego de miradas y sonrisas se acabó. Cada vez que él me miraba, yo le apartaba la vista con muestras claras de desprecio en mi rostro. Vaya chiquillada típica de esa edad. Nunca llegamos a decirnos nada y nunca más le he vuelto a ver o a saber de él.
Hoy me he acordado de ello porque a mi hijo, de once años, se le ha acercado la belleza del colegio. Es un año mayor que él pero, al verla pasar, he sabido que hasta los niñitos de ocho años suspiran por ella. Se ha acercado a él y le ha dicho que le encantan sus ojos. "Mamá, es que las niñas de sexto no se cortan un pelo". "Ya lo veo, hijo". Él dice que no le gusta pero sonríe satisfecho de haber captado su atención. La historia se repite pero los papeles cambian. Ahora ellas toman la iniciativa cuando conviene. ¿Es que ya no existe la timidez, los reparos o el miedo a no ser correspondido? Once años. La que nos espera ...
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viernes, 18 de febrero de 2011
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Ciertamente los roles han cambiado.... esta semana, por tercera vez en sus once años de vida, a mi hijo le llegan notas "secretas y anónimas" de "amor eterno", sólo que ya sabemos quien a sido esta vez... la mano de su madre para preparar tartas la ha delatado...
ResponderEliminar¿a donde vamos a llegar?... nosotros a nuestras tumbas y ellos a sus camas...:) ;)
Hola Meri,
ResponderEliminarQue bien que vuelvas a tener tiempo para escribir...
Quiere decir que tienes el trabajo por la mano ya no????
Dos cosas:
Siempre existirán y han existido niñas atrevidas y niñas tímidas...
Tú hijo tiene unos ojos que quitan el hipo,así es que acostúmbrate a que las enamore...Al final escogen ellos o no?????
Sí, empiezo a coger el gusto al proyecto que llevo y confianza con la gente. Pero hay que mantener la cabeza fría, porque dentro de tres meses se acaba, sin posibilidad de continuar. En cualquier caso, una experiencia positiva para mí.
ResponderEliminarGracias por los cumplidos. En efecto, debería estar prohibido circular por la vida con los ojos que tienen los hombres de mi casa. Qué peligro cuando cojan conciencia de ello y se lo crean, jeje ...
vaya me gusto ese relato eres muy buena escritora en verdad sigue asii ojala q alguien importante vea tus escrtos y ganes algún premio
ResponderEliminarVaya! Me alegra que te haya gustado el relato. Muchas gracias por leerlo y atreverte a opinar :)
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