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viernes, 21 de septiembre de 2012

Día Mundial del Alzheimer 2012

Abuelo, si supieras cuánto me inspiras ... Te quiero y estaré a tu lado hasta el final.

Ahí va otra de las cosas que escribí pensando en ti:
Sastres, pintores y SEO managers: diferentes oficios, mismo arte.

domingo, 19 de febrero de 2012

Consejos de un sabio

Consejos para vivir esta vida:

1) En la vida hay que ser buena persona y apartarse de lo malo, que sólo da problemas. Si uno hace el bien, entonces tiene las puertas abiertas en todas partes.

2) En la vida hay que trabajar mucho y mantenerse activo.

3) Se ha de saber quedar bien con todo el mundo. A mí las personas me importan mucho, por eso me quieren tanto.

4) A mi tienda ha venido gente muy importante pero a mí me ha gustado vestirles a todos (a todos mis clientes por igual).

5) En la vida es necesario un orden para que todas las cosas funcionen bien.

6) Esta vida hay que saber vivirla, hay que pasarlo lo mejor posible.

Estos consejos me los dio mi abuelo, Juan Galera Zamora, en Barcelona, el día 16 de Febrero de 2012, cuando tenía 93 años. Mi abuelo fue sastre de profesión, propietario de sastrería y tiendas de confección para hombre y, durante años, confeccionó los uniformes de pilotos y azafatas de la compañía Iberia. Para mí estos consejos tienen mucho mérito porque, además de considerarlos muy sensatos, me los dio cuando ya hacía tiempo que padecía alzhéimer. Murió dos años después.

domingo, 30 de octubre de 2011

La segunda planta

Eladio vive en un pequeño piso de la Gran Vía de Barcelona, a escasos diez minutos de la residencia en la que está ingresada su mujer, Catalina. En realidad podría decirse que él también vive en la residencia. Se pasa el día haciendo compañía a Catalina y sólo se va a su casa para comer, cenar y dormir.

La residencia por fuera parece un hotel. Sin embargo, nada más poner un pie en la recepción del edificio, uno queda situado de golpe en el lugar donde acaba de entrar, por ese olor tan imposible de camuflar. Eladio sube cada día a la segunda planta. Los residentes que están allí entran, pero ya no salen. Sólo se sale de esa planta mediante un código numérico que abre la puerta hacia las escaleras. Un código que los residentes desconocen, sólo cuidadores y familiares saben cuál es. También puede salirse por el ascensor previa introducción de la llave de acceso, que sólo la lleva encima el personal de la planta.

La segunda planta es como un submundo dentro del recinto, una especie de cementerio de elefantes, ese lugar hacia el que esos animales peregrinan cuando su instinto les dice que su vida está a punto de llegar al final, con la diferencia de que aquí no vienen animales sino personas. Personas que tampoco han llegado hasta aquí por su propia voluntad. Personas que un día dejaron de poder controlar sus pensamientos, sus actos o sus palabras. Personas a las que no les quedan recuerdos, que pasan allí las largas horas del día, algunos simplemente vegetando.

Catalina apenas habla. Sólo delira y suda, por la medicación que recibe. En sus delirios canta a gritos, sin música y sin letra. Sólo repite la sílaba "la": lalalalala ... A veces sonríe y su mirada está siempre perdida, igual que sus recuerdos, que se quedaron ya en el olvido.

Eladio entra en la habitación de su mujer para coger una chaqueta. Quiere salir a pasear con ella. Es la única oportunidad que va a tener Catalina en todo el día de salir al exterior, de tomar el aire, de estar en contacto con la vida. Aunque no puede ir muy lejos, se cansa enseguida de andar. Si uno tiene suerte de haber llegado después de la hora de la limpieza sólo tiene que lidiar con ese olor, que se vuelve más intenso dentro de las habitaciones. Si no, es como permitir que el olfato y la vista reciban una contundente bofetada. Y hay que aguantar el tipo, no vale venirse abajo. No hay que entretenerse demasiado a pensar ni a observar nada. Ni la habitación, ni los residentes, ni nada. Aunque cuando uno pasa muchas horas allí a veces es simplemente inevitable.

Sirven la comida. Eladio ya está sentado junto a su mujer, dándole de comer. Acaba de llegar el señor Juan, que se sienta en la mesa al lado de Catalina. Viene de su paseo con su nieta, Meri, una de las caras más jóvenes que se pasea por la segunda planta. Meri viene una vez a la semana, una mujer discreta que siempre se muestra cariñosa y dulce con su abuelo. Debe tener sus cuarenta ya cumplidos aunque no los aparenta en absoluto. Eso la convierte en una auténtica bocanada de aire fresco para los residentes, muchos de los cuales se la miran con ojitos chispeantes alegrándose por su compañero, el señor Juan, de verle -como dicen ellos- tan bien acompañado.

Eladio cree que lo que hace Meri es bonito. "Bonito es lo que hace usted, Eladio", piensa ella en su interior. "Usted ha estado al lado de Catalina en los buenos y malos momentos de toda una vida. Y ahora que ha llegado el más duro, sigue estando cada día a su lado. Eso sí es bonito".

A veces uno sale de la segunda planta con gran desánimo. Con ganas de vivir al máximo, sí. Pero también con la desilusión de pensar en qué nos podemos llegar a convertir. Una señora grita, otra llora, la que suelta tacos ahora deambula por el pasillo. Algunos permancen adormecidos en sus sillas de ruedas y el señor de los temblores en las piernas reclama la atención de las cuidadoras pero ninguna le hace caso porque ahora no pueden estar por él.

La muerte acecha en esta planta. Pero también hay mucha vida aquí encerrada. Una vida ya vivida, llena de historias particulares, historias cotidianas, de superación, de éxitos y fracasos profesionales, de amores y desamores, de pasiones e infidelidades secretas, de alegrías y tristezas. Historias que no marcarán la historia de este país pero sí dejarán una huella indeleble en los corazones de todos los que vienen de visita aquí, a la segunda planta.

miércoles, 20 de abril de 2011

Tu mundo

Muy cerca de aquí existe un mundo. Otro mundo. Un lugar en el que pocas cosas tienen nombre. Un sitio en el que no hay nada que celebrar. No transcurren los días, ni los meses, ni los años. No existen amigos ni familia. Tal vez exista alguien que resulta familiar, una grata compañía a la que contar muchas cosas incomprensibles.

Ese mundo es tan diferente al mío ... pero a la vez tan cercano ... En ese mundo, yo, tampoco existo. Me encantaría pero allí no tengo cabida. El vacío que siento por ello se compensa con la alegría con la que me cuentas esas cosas. Tu sonrisa alivia mi tristeza por esas ideas que no podemos compartir, por esos pensamientos que no encuentran palabras. Palabras que sólo se concatenan formando frases sin sentido alguno... Hasta el lunes, abuelo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Hola, soy yo

Ya no recuerdas quién soy. Ni cómo me llamo. Pero sabes que soy una persona de tu entorno familiar y te alegras cuando me ves. Te llevo a pasear en tu silla de ruedas por la Gran Vía de Barcelona. Te paseo lentamente para que te sientas seguro y tranquilo. Saludas a todo el que se cruza con nosotros y nos mira. Crees que te conocen, pues siempre has sido una persona muy conocida gracias a tu trabajo: en el barrio, en el aeropuerto ... Has viajado por muchos países y eso te llevó también a conocer a mucha gente. Te sientes feliz de que todos te saluden y te reconozcan, aunque en realidad nos saludan por amabilidad.

Hablamos del día que hace, del sol, de las nubes, de los edificios ... Me cuentas que éste es nuevo, que lo han cambiado. Te sigo la corriente y así podemos tener más tema de conversación. Nos sentamos un rato en un banco. Te hago notar que pasa una ambulancia, que tal vez haya pasado algo cerca de aquí o tal vez hay un hospital en la zona. Por algún camino u otro siempre acabas volviendo a tu terreno. A las cuatro cosas sobre las que siempre te repites. Debieron ser los ejes que marcaron tu vida. Tu viaje a Japón, tu trabajo como sastre y la cantidad de horas que le dedicabas, el orden necesario para que las cosas funcionen bien y tus consejos. Me los da una persona muy mayor que tiene una enfermedad neurodegenerativa. Pero son consejos sabios y, al final, es lo que me llevaré de ti. Me aconsejas que haga siempre el bien, porque entonces siempre tendré las puertas abiertas allá donde vaya, en todos los sitios. Y que me aparte de lo malo, que sólo me dará problemas. Sentencias que cada uno es como es y que lo mejor para estar bien es tener actividad, trabajar.

Nunca la mencionas a ella. No sé si es para aliviar el dolor de que ya no está o porque realmente fuiste un hombre de negocios con poco tiempo para el amor. Tal vez ella fue para ti más apoyo logístico que pareja, ¿no dicen que detrás de un hombre triunfador en la vida hay una gran mujer? La gran mujer en la sombra ...

Hora de irme. Te llevo de vuelta y te subo al comedor de la segunda planta, donde tienen a los que están peor. Aún así, por las cosas que me dicen en alguna conversación corta, deduzco la existencia de efímeros momentos de lucidez. "Qué guapa eres" me dice una señora que está fatal pero que siempre sonríe. "Muchas gracias. Y qué amable es usted. Me gusta mucho que siempre sonría". Le respondo con cariño. "Siempre sonrío". Y cuánta razón lleva. Siempre hay que sonreir, aunque las cosas que a veces nos pasan en la vida nos hagan olvidarlo.

Te estampo un largo beso en la mejilla. "¿Te vas? ¿A dónde vas?". "A buscar a los niños, que salen del colegio". "¿Y yo que hago? ¿Me quedo aquí?". "Sí, abuelo. Ahora te darán de comer. Yo volveré la semana que viene y volveremos a pasear. Aunque haga frío, nosotros nos abrigaremos y pasearemos, que va muy bien que nos de el aire ¿a que sí?". Claro que sí. El aire te despeja la cabeza y te hace olvidar el dolor de las rodillas o de las lumbares durante un rato.

Lo más duro está por llegar. Espero que entonces sea fuerte y pueda continuar viniendo. Porque me gusta venir. Me gusta verte, sentir que pongo mi granito de arena para que te sientas acompañado por tu familia en esta etapa final de la vida. Y me reconforta que, aunque en tu mundo, te veo relajado y feliz, con la misma sonrisa de siempre. Hasta el lunes, abuelo.

martes, 18 de mayo de 2010

Memoria

Ayer, como cada lunes, fui a visitar a mi abuelo a la residencia. Allí coincidí con mi madre. Nos sentamos los tres juntos alrededor de una mesa. En medio de las conversaciones que tenemos con él, mi madre inició un pequeño diálogo a dos conmigo.
- El otro día leí una poesía que me gustó.
- ¿Ah sí?
- Sí … decía así:
Hola, padre (…)
¿me conoces, padre? (…)
Tu mirada es como la mar en calma
como una montaña lejana
como ese tren en marcha
sin ninguna parada.
Hola, padre (…)
¿me conoces, padre? (…)
- Es muy bonita.
- ¿En serio? ¿Te gusta?
- Sí.
- ¿Se entiende?
- Bueno … supongo que es el sentimiento de un hijo hacia su padre cuando ve cómo el alzheimer va devorando su memoria.
- Exacto. ¿Y de verdad que te gusta?
- Que sí, mamá. ¿Por qué?
- Es mía.
- ¿Qué me dices? La tienes que enviar a La Vanguardia, ahora están haciendo su concurso e-poemas.
- Lo sé. Quiero enviarla. Pero con un pseudónimo. No se lo cuentes a nadie, ¿vale? Si me la publican ya lo diré.
- Ahora entiendo de dónde me viene la vena literaria.
- (Mi madre sonríe) Puede ser, sí. ¿Sabías que de niña escribía cuentos y se los contaba a mi tío? Era el único que me los escuchaba…

A veces crees que a cierta edad tus padres ya no te pueden sorprender. Que conoces todo acerca de ellos. Y un día te sueltan perlas como ésta …
Mamá, no te escondas. No te avergüences. Tu poema es muy bonito. ¿Cómo puede ser, si no, algo que nace de lo más profundo del corazón?. Deja que yo sí lo publique, que utilice mi blog como altavoz y lo propague a los cuatro vientos. Y que diga con orgullo que este impulso tan entrañable que has sentido tiene nombre y apellidos. Rosa Galera Peris escribió este poema que al final tituló Memoria. Y no te preocupes si se publica en el periódico o no. Sólo que una sola persona con tu mismo sufrimiento, con el mismo amor hacia su padre que tú, aterrice en esta página y se reconforte con estas palabras, sienta que no está sólo y que otros comparten sus mismos sentimientos … ¿no habrá valido la pena?