domingo, 30 de octubre de 2011

La segunda planta

Eladio vive en un pequeño piso de la Gran Vía de Barcelona, a escasos diez minutos de la residencia en la que está ingresada su mujer, Catalina. En realidad podría decirse que él también vive en la residencia. Se pasa el día haciendo compañía a Catalina y sólo se va a su casa para comer, cenar y dormir.

La residencia por fuera parece un hotel. Sin embargo, nada más poner un pie en la recepción del edificio, uno queda situado de golpe en el lugar donde acaba de entrar, por ese olor tan imposible de camuflar. Eladio sube cada día a la segunda planta. Los residentes que están allí entran, pero ya no salen. Sólo se sale de esa planta mediante un código numérico que abre la puerta hacia las escaleras. Un código que los residentes desconocen, sólo cuidadores y familiares saben cuál es. También puede salirse por el ascensor previa introducción de la llave de acceso, que sólo la lleva encima el personal de la planta.

La segunda planta es como un submundo dentro del recinto, una especie de cementerio de elefantes, ese lugar hacia el que esos animales peregrinan cuando su instinto les dice que su vida está a punto de llegar al final, con la diferencia de que aquí no vienen animales sino personas. Personas que tampoco han llegado hasta aquí por su propia voluntad. Personas que un día dejaron de poder controlar sus pensamientos, sus actos o sus palabras. Personas a las que no les quedan recuerdos, que pasan allí las largas horas del día, algunos simplemente vegetando.

Catalina apenas habla. Sólo delira y suda, por la medicación que recibe. En sus delirios canta a gritos, sin música y sin letra. Sólo repite la sílaba "la": lalalalala ... A veces sonríe y su mirada está siempre perdida, igual que sus recuerdos, que se quedaron ya en el olvido.

Eladio entra en la habitación de su mujer para coger una chaqueta. Quiere salir a pasear con ella. Es la única oportunidad que va a tener Catalina en todo el día de salir al exterior, de tomar el aire, de estar en contacto con la vida. Aunque no puede ir muy lejos, se cansa enseguida de andar. Si uno tiene suerte de haber llegado después de la hora de la limpieza sólo tiene que lidiar con ese olor, que se vuelve más intenso dentro de las habitaciones. Si no, es como permitir que el olfato y la vista reciban una contundente bofetada. Y hay que aguantar el tipo, no vale venirse abajo. No hay que entretenerse demasiado a pensar ni a observar nada. Ni la habitación, ni los residentes, ni nada. Aunque cuando uno pasa muchas horas allí a veces es simplemente inevitable.

Sirven la comida. Eladio ya está sentado junto a su mujer, dándole de comer. Acaba de llegar el señor Juan, que se sienta en la mesa al lado de Catalina. Viene de su paseo con su nieta, Meri, una de las caras más jóvenes que se pasea por la segunda planta. Meri viene una vez a la semana, una mujer discreta que siempre se muestra cariñosa y dulce con su abuelo. Debe tener sus cuarenta ya cumplidos aunque no los aparenta en absoluto. Eso la convierte en una auténtica bocanada de aire fresco para los residentes, muchos de los cuales se la miran con ojitos chispeantes alegrándose por su compañero, el señor Juan, de verle -como dicen ellos- tan bien acompañado.

Eladio cree que lo que hace Meri es bonito. "Bonito es lo que hace usted, Eladio", piensa ella en su interior. "Usted ha estado al lado de Catalina en los buenos y malos momentos de toda una vida. Y ahora que ha llegado el más duro, sigue estando cada día a su lado. Eso sí es bonito".

A veces uno sale de la segunda planta con gran desánimo. Con ganas de vivir al máximo, sí. Pero también con la desilusión de pensar en qué nos podemos llegar a convertir. Una señora grita, otra llora, la que suelta tacos ahora deambula por el pasillo. Algunos permancen adormecidos en sus sillas de ruedas y el señor de los temblores en las piernas reclama la atención de las cuidadoras pero ninguna le hace caso porque ahora no pueden estar por él.

La muerte acecha en esta planta. Pero también hay mucha vida aquí encerrada. Una vida ya vivida, llena de historias particulares, historias cotidianas, de superación, de éxitos y fracasos profesionales, de amores y desamores, de pasiones e infidelidades secretas, de alegrías y tristezas. Historias que no marcarán la historia de este país pero sí dejarán una huella indeleble en los corazones de todos los que vienen de visita aquí, a la segunda planta.

3 comentarios:

  1. *Aplausos*
    Jóvenes y no tan jóvenes se gastan algunos euros para ver películas aterradoras con las que pasar miedo en la butaca de alguna sala. Salgan señores y señoras a ver lo aterrador que puede ser una sala de enfermos que no son terminales, gente que espera la hora de su muerte sin nisiquiera darse cuenta. Antiguamente se tenia a la gente mayor en casa hasta el momento de su muerte, seguramente murieran más jóvenes (por lo que no era tan fácil llegar a según que niveles de enfermedades mentales como el alzeheimer), pero el hecho de ver a una sola persona se hacia mas "llevadero" que la realidad de una sala llena de gente a la espera del día "D" y la hora "H".
    Meri, m'agrada com escrius.

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  2. Gràcies Joan!! Què fàcil és fer feliç a una persona, ja m'has alegrat el dia :-)

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  3. Me encanta tu serenidad y fortaleza !

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