Te fuiste muy pronto. De una forma muy injusta, dejando aquí a un compañero de vida y a dos niños demasiado pequeños, en el que seguramente era vuestro mejor momento. Maldito cáncer. Me enteré hace unos días. Me quedé desolada. Un par de detalles captaron mi atención, até cabos, tiré del hilo y lo descubrí. Te fuiste en marzo de 2020, justo cuando empezaba la locura del confinamiento y la pandemia, cerca de cumplir lo que hubieran sido tus 41. Y me he enterado casi un año y medio más tarde, el mismo día que asistía al funeral de una amiga, que también se ha ido demasiado pronto, con sus hijos demasiado jóvenes, falleciendo de un cáncer.
Asumir todo fue demasiado. Tuve un disgusto tremendo, me quedé muy afectada. Durante tres días no dejé de pensar en ti, en tu familia, en el tiempo que compartimos trabajando juntas. Te entrevisté y te quise a ti, lo supe enseguida y así se lo trasladé al director de la empresa. Te vi buena persona, centrada, responsable, trabajadora, honesta y humilde. Valores que conectaron conmigo por completo. Recuerdo especialmente tu sonrisa y tu saber estar. También tus ojos de color miel que tanto resaltaban y con los que, junto a tu melena de mechas rubias, siempre me pareció que irradiabas cierto aire exótico.
Me enteré el pasado 29 de agosto y el 1 de septiembre, paseando por Calella, después de una merienda-cena de tapas y vinos, mientras daba un romántico paseo en pareja, me detuve delante de la iglesia. Ya había oscurecido, debían estar a punto de cerrar. Entré, miré a la izquierda y vi una máquina expendedora de velas junto a una pequeña capilla, cuyas paredes estaban repletas de imágenes enmarcadas de Santos. Una imagen de Jesús presidía una estancia en la que también había varios lampadarios de hierro forjado llenos de minúsculos cirios encendidos de varios colores -rojos, blancos y amarillo anaranjados- que iluminaban la sala creando un cálido ambiente. Era un bonito rincón. Compré una vela sin pensármelo, fue algo impulsivo. Y enseguida decidí que fuera blanca, lo asocié al simbolismo que tiene este color con la pureza, la que yo veía en ti como persona. La encendí, la puse a los pies de la imagen de Jesús, entrelacé mis manos y empecé a rezar internamente un Padre Nuestro.
A media oración rompí a llorar. Después de tres días, ahí le di salida a todo el dolor, la consternación, la rabia, la impotencia, la empatía que sentía por vuestro momento, por vuestra vida como familia. Y el desasosiego que me invadía por no haberme enterado antes, porque me hubiera gustado estar en la ceremonia que le dejaron por fin organizar a los tuyos meses después, para darte una digna despedida.
Es la primera vez en mi vida que enciendo una vela por alguien. Y la primera vez desde hacía mucho tiempo que volvía a entrar en una iglesia, y a rezar. Recé por ti, para que estuvieras en paz, allí donde estés, y sobre todo para que si había alguien ahí arriba, mandase mucha fuerza a los que dejaste aquí, para que puedan seguir adelante sin ti.
Mi llanto desconsolado se frenó en seco cuando oí a mis espaldas el chirrido de una puerta, que terminó acompañado de un fuerte golpe. Por el sonido que hizo al quedar finalmente encajada me resultó fácil intuir que era una de las grandes y gruesas puertas de madera que daban entrada a la iglesia, y que por tanto ya cerraban, así que me quedé unos pocos segundos más, dedicándote mis pensamientos, y me fui. Al salir seguía descompuesta, aunque menos, y desahogándome expresando entre sollozos todo lo que sentía. Nos compramos un helado y seguimos paseando. Por un rato más todo sigue aquí, la vida no se para. Pero me sigo acordando de ti, y me seguiré acordando, con mucho cariño.