Y tiene nombre propio. Se llama Mallorca y se apellida Colònia Sant Jordi. Lo siento, Menorca. Me rendí a tus encantos la primera vez que te conocí. Sin disimulos. Y propagué mi amor por ti a los cuatro vientos. Cada año quise volver y conocerte un poco más. Pero el destino ha querido que mi fidelidad de tantos años se rompiera. He conocido a tu hermana mayor, Mallorca, y ha sido muy difícil decir que no. Me lo ha puesto todo muy fácil y cómodo.
Me he bañado en la Platja es Dolç y no he podido evitar acordarme de tu Son Saura. Visité la Platja Es Trenc y al llegar al parking me fue inevitable pensar en tu Algaiarens. Me sumergí por las profundidades de la Cala Llombards y evoqué Macarella y Turqueta a la vez. Todas me recordaban a ti pero no tuve preocupaciones horarias, ni kilómetros ni aglomeraciones. Llegar, querer y tener.
He coqueteado con todas las cocas que se han acercado a mí: la de trampó, la de verduras, la de gató ... Los helados artesanos del hostal Colonial tuvieron la osadía de retar a los de Can Joan de Saigo. Y se batieron en un duelo a muerte para conquistar a mi estómago. "O dioses del cielo, tened piedad de mi. ¡¡No puedo escoger entre ambos!!".
Me invitaron a visitar el Centro de Interpretación de la Isla de Cabrera, un acuario de reciente construcción, con 18 grandes peceras, que albergan una muestra de las distintas especies marinas que habitan en el archipiélago de Cabrera. Allí vi peces muy curiosos que no había visto en mi vida, pues algunos son autóctonos de la zona. Y quise más.
Así que navegué hacia el archipiélago, compuesto de dos islas mayores (Cabrera y Conejera) y quince islotes. Y me reencontré contigo. Mi querido Mar Mediterráneo. Navegando por tus aguas me volví a sentir como la niña que una vez fui. La que navegó por tus aguas pero en otros parajes. La misma que, como entonces, se deja ahora embriagar por el encanto de tu inmensidad. Y al llegar a la Cueva Azul sentí que había alcanzado el paraíso. Y me entregué a ti. Dejé que tus pequeñas olas revoltosas envolvieran mi cuerpo desnudo y de nuevo buceé y admiré tu belleza submarina.
Este verano me lo he pasado en grande en Mallorca. Cada día mejoraba al anterior. Los descubrimientos fueron espectaculares y las vivencias intensas. Le dedico este post a mi familia, la responsable en gran parte de que me lleve un recuerdo tan bonito de estas vacaciones. Y a Isabel. Una abuelita mallorquina que irradia ilusión y ganas de disfrutar cada segundo de la vida. Igual que las que debió tener de jovencita, en aquellos años en los que seguró rompió montones de corazones con su belleza, su simpatía y sus dulces ojos (azules, cómo no). A tu salud me tomé una ensaimada de albaricoques deliciosa en Can Joan de Saigo. Gracias por tus recomendaciones.
En cuanto a ti, Menorca, sé que un día volveré. Y aunque no será pronto, espero que entonces sepas perdonarme y me recibas igual que siempre. Con los brazos abiertos, invitándome al sosiego y dejando que recorra con tranquilidad los rincones que siguen guardados como tesoros en el fondo de mi corazón.
sábado, 7 de agosto de 2010
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