Con un paraguas recién comprado, comenzamos a recorrer la ciudad. Nuestro primer destino fue el Barrio de la Ribeira, con sus casas coloridas y sus empedradas calles. Desde allí caminamos hasta el Puente Dom Luís I, contemplando durante el camino los rabelos, las embarcaciones típicas que durante siglos transportaron el vino de Porto.
Yendo hacia la Catedral, una curiosa imagen captó mi atención. Era un balcón en el que se leía con letras blancas “Varanda da Saudade”, acompañado de guitarras y gatos negros de cartón sobre la barandilla. Me detuve, fascinada, y le saqué una foto. Había algo en esa palabra, saudade, que resonó en mi interior, aunque en ese momento no entendiera exactamente por qué. Fue solo al volver a casa cuando decidí investigar su significado. Y entonces descubrí el poema de Miguel Falabella, que la define sin traducirla -algo que siempre me ha maravillado, las palabras sin traducción-, y que me acompañaría desde entonces, como un eco de aquel viaje que no quería dejar atrás.
Más tarde, visitamos la Livraria Lello. Al recibir mi ticket de entrada me fijé en la frase del reverso: "Un libro siempre tiene dos autores: el que lo escribe y el que lo lee". Esa frase se quedó unos instantes conmigo mientras recorríamos la librería, subiendo su icónica escalera carmesí y admirando la luz que entraba por el precioso vitral en el techo. Pensé en esa doble visión que podemos tener ante los mismos hechos; esa interpretación personal que hacemos ante una misma narración; en esas dos maneras diferentes de sentir una misma vivencia.
Esa tarde cruzamos a Vila Nova de Gaia y nos dejamos llevar por la calidez del vino de Porto en una cata improvisada en la Real Companhia Velha. Las risas cómplices al salir nos duraron un buen rato, pues el vino se nos subió a la cabeza sin remedio ni disimulos. Estuvimos callejeando durante horas, dándonos una pausa en la Casa Portuguesa do Pastel de Bacalhau, donde nos sentamos a degustar el sabor único de su buñuelo de bacalao con queso Sierra de la Estrella, mientras escuchábamos la música de órgano de tubos portugués. Una experiencia deliciosa y única. Allí nos regalaron unas copas grabadas con la fecha de ese día: 1 de febrero de 2020. Fue un detalle tan simple y a la vez tan significativo que decidimos conservarlas como un símbolo de la celebración de nuestro aniversario.
El viaje terminó en el Café Majestic, con un pasteis de nata y una torrija que cerraron el círculo de una experiencia que, sin saberlo, sería el preludio de tiempos oscuros. Apenas unos días después, el mundo comenzaría a hablar de un virus que lo cambiaría todo. Pero en ese momento, bajo el cielo plomizo de Porto, lo único que existía era nuestro amor, constante y profundo como el río Duero, y esa ciudad que se iba a instalar para siempre en mi corazón.
Porto me enseñó que cada historia tiene múltiples lecturas. La nuestra es una mezcla de amor y saudade: amor por lo que vivimos y saudade por lo que algún día esperamos volver a vivir. Tal vez, en algún rincón de la ciudad, nos espera el capítulo donde volvamos no como turistas, sino como parte de su paisaje, viviendo una temporada entre sus calles y cafés llenos de vida.
Y es que así es, ciertamente: siempre hay dos autores. En la vida, como en los libros, no se trata solo de lo que sucede, sino también -y especialmente- de cómo lo vivimos. Y esa vivencia siempre es una coautoría entre lo que el mundo nos da y lo que elegimos hacer con ello. Lo que Porto me ofreció (sus paisajes, su historia, su cultura), y lo que yo interpreté y sentí en esos momentos, permitiendo que este bonito rincón de Portugal me impregnara de una huella imborrable.